Seleccionar página

2 de marzo de 2010. Con mucha demora, después de dos días volando. Sin dormir pero con los corazones a punto de salirse y llenos de esperanza, aterrizó un avión en Chitá, Krai de Zabaikalie. Estaba todo nevado, hacía un frío que cortaba la piel, militares, solemnidad, mucha disciplina y potentes voces fue lo primero que vimos al pisar las escaleras del avión que aterrizó en la tierra que había visto nacer a mis futuros hijos. Respiré hondo, allí estábamos por fin. Hasta ahora sólo la luna había respirado ese aire a vuestro lado.  Nuestras maletas llenas de regalos, documentos, cariño y esperanzas de toda vuestra familia que se había quedado en Granada y que nos tenían en su mente, ilusión y muchísimos nervios. También estaba el miedo a que algo saliera mal. Miedo a que nos fuéramos de allí sin conoceros. Miedo a que no fuera posible vuestra adopción. Miedo a conocer primero a uno de vosotros y que después hubiera un problema con el otro de los hermanos y no pudiéramos adoptaros. Nos habían puesto en tantas circunstancias posibles que podrían pasar. Sólo de volver a pensarlo se me acelera el pulso hijos de mi corazón. Pero algo dentro de mí me decía que os abrazaría en breve y que todo saldría bien.

Con muchas prisas y gritos nos recibía nuestra coordinara, Irina. Creía que había aprendido ruso en ese año pero parecía que oía hablar en chino. No me enteraba de nada hasta que logré entender que íbamos con muchísimo retraso, que cerraban el orfanato y cómo no saliéramos de aquel aeropuerto inmediatamente no lograríamos llegar a tiempo para conocer a nuestra futura hija, Vika.

Entonces, le dije a vuestro padre: «pasa algo y tiene que ver con la niña. Así que corre y calla que parece que nos quedamos sin verla». La otra pareja que iban a nuestro lado, corrían junto a nosotros y nos montaron a los cuatro en un coche que nos llevaba a toda prisa con metros de hielo negro a los lados de la carretera mientras atravesábamos la estepa siberiana.

Cuando nos dijeron que dejáramos las maletas en el hall del hotel, que no daba tiempo a subir a la habitación creía que me daba un infarto. Mi hija iba a verme por primera vez, después de llevar dos días sin dormir, con muchas horas de vuelo encima. Tuve que abrir la maleta y coger lo que llevaba dentro para ella y nuestro primer encuentro. Vuestro padre estaba bloqueado y blanco como el papel. Yo aguantaba más el tipo.

Íbamos en el coche ya solos, sin la pareja que nos acompañaba en el viaje de nuestras vidas. Vuestro padre tenía las manos heladas, estaba a punto de vomitar. Yo le abrazaba y le acariciaba. Nuestros corazones creo que se escuchaban en Granada, estaban desbocados andando por el pasillo del jardín del orfanato. Entonces vuestro padre me preguntó: ¿y si sale mal? ¿podremos resistirlo? María estoy muy nervioso. Yo con temblor en las piernas le dije: Va a salir bien, lo siento así. Tranquilo.

María Martín Titos con su hija Vika hace nueve años.

Llegó el momento. Estabas comiendo, por poco no nos dejaron entrar. Nos llevaron al despacho de la directora. Ya no se podía entrar en las inmediaciones del orfanato. Estábamos fuera de horario de visitas. Mientras esperábamos que fueran a por ti tus cuidadoras no paraban de decirme que era como ellas fisicamente, que estaban muy contentas que fuéramos padres jóvenes, que hacía tres años que nadie pisaba el orfanato para adoptar a un menor porque todos teníais más de cinco años. Empezaron preguntarme por el abrigo que vuestra abuela me había dejado de pieles para poder soportar aquel frío. Estaban encantadas con todo lo que llevaba encima. Me encontraba alucinada, no me dejaban ni pensar, ni hablar con vuestro padre, la traductora me iba traduciendo todo lo que me decían y la cabeza creía que me iba a explotar. Hasta que Escuché unas palabras en ruso: “Dabai, Dabai”, que provenían del pasillo. En ese momento, así sin más, entró otra señora con una niñita caminando nerviosa delante de ella. Apareció allí, delante de nosotros, con una sonrisa en la cara. Esos primeros segundos no logré asimilar qué estaba pasando. Fue al mirar fijamente a esa niña cuando la reconocí. Era la niña de la foto que había estado en mi bolsillo durante esas semanas, y en mis sueños durante toda mi vida.  Creo que te he descrito muchas veces ese momento. Pero hoy diez años después sigo emocionándome y sintiéndolo como si hubiera sido ayer. Hace diez años te robé nuestro primer beso y te abracé sin poder evitarlo. Me habían dicho que no lo hiciera, que podría asustarte, que era una desconocida para ti. Pero tú te tapaste la cara de la vergüenza que te dio y me devolviste aquel beso junto con un abrazo que lo sentiré cada día de mi vida. Muy flaquita y vestida con un vestidito azul, como de  fiesta, con calcetines y sandalias que no eran de tu tamaño. Seguidamente te acercaste a tu padre y le besaste con tanta fuerza que parecía que os conocíais de toda la vida. Y lo llamaste “papá” creo que tu padre se derritió ahí mismo. Fueron sólo quince minutos de visita, pero el tiempo se paró ahí dentro. No existía nada más que nosotros tres.

Entonces, el miedo empezó a apoderarse de mi. Al salir por las puertas de aquel despacho y de despedirnos de ti, era yo la que necesitaba el coraje y la valentía de papi. Afloraron todos los miedos existentes e internos y que estaba evitando durante todo el proceso. Después de conocerte, de abrazarte, de oírte llamar papá a tu padre, que hubiéramos jugado con el pompero, que hubiera sentido tu risa… Y si algo salía mal con tu hermano, no podríamos adoptaros. Una adopción es tan compleja y difícil que hasta que no lo vives no lo puedes entender. Preferiría morirme a tener que irme de allí sin vosotros después de haberte tenido a mi lado piel con piel. Qué sensaciones tan fuertes.

Nos llevaron al hotel a recoger a nuestros queridos María y Robert que nos esperaban para comer e ir después a la casa cuna a conocer juntos cada uno a su hijo. Fueron muy respetuosos con la situación y prudentes. Fue un bálsamo vivir esta experiencia con ellos. Apenas pudimos asearnos un poco, coger las cositas que llevamos en la mochila para la casa cuna y ese primer encuentro con nuestro futuro hijo. Esta vez había menos prisas. Para conocer a Simón pude pintarme los labios y peinarme el cabello. Parece una tontería pero es que era la primera vez que nos veíamos y quería que vuestra madre os gustara, os pareciera guapa. Ahora me río pensándolo.

Este viaje de camino a la casa cuna fue diferente, íbamos con otros futuros padres compartiendo risas nerviosas y emociones. Sólo llevábamos cuatro horas en ese rincón perdido de la otra parte del mundo y las emociones no tenían descanso alguno.

Llegamos a la casa cuna. En esta ocasión los recibimientos fueron más diplomáticos y más parecidos a lo que nos habían contado. El olor era aún más intenso y desagradable que en el orfanato. Tuvieron que pasar unos minutos para que las arcadas y el estómago se asentaran.

María Martín Titos con su hijo Simón hace cuatro años.

De los brazos de su cuidadora entró Simón. Apenas se le veía. Tenía dos añitos y medio pero parecía que tenía seis meses. La cabecita era un alfiler rubia y con calvas por todos lados. Sus ojos grandes como dos luceros reflejaban el miedo  ante lo desconocido y extraño de la situación. La cuidadora se acercó a mí y me lo puso en mis brazos. Al sostenerlo y abrazarlo contra mi pecho, nuestros corazones conectaron al segundo y empezaron a latir al mismo tiempo. Fue pura conexión de almas. Nuestro hijo nos estaba esperando y necesitaba con urgencia salir de allí. Se agarraba con mucha fuerza a la vez que hacía pucheros para echarse a llorar. Su cuerpo estaba muy tenso, las piernas eran como alambres y respiraba a base de suspiros. La sensación que tenía mientras lo sentía pegado a mí, era como si no hubiera sido la primera vez que nos abrazáramos. Sentía que mi alma y la suya no era la primera vez que se encontraban. Tuve esa certeza en ese momento y la mantengo a día de hoy. Eran las sensaciones más fuertes que había sentido en todo mi vida. Tu padre quería cogerte y no sabía cómo hacerlo. Veros a los dos fue para mí algo indescriptible para poder plasmarlo con palabras.

Hace diez años, cuatro desconocidos de 29, 27, 2 y 5 años a los que separaban un cuarto de mundo se conocían, se miraban por primera vez para emprender una vida juntos donde tocaba decirse mamá, papá, hija e hijo y todavía no significaba nada para vosotros. Ahora la palabra familia, para siempre, apego,  vínculo, amor incondicional, conexión, diez años después tiene significado. Y ojalá la vida nos siga dando años, muchos años para llenarlas de más vivencias, y palabras nuevas como novias, novios, abuelo, abuela, bisabuelos. Nos queda mucho por vivir hijos míos. Pero os puedo decir qué hace diez años se hizo nuestro milagro, el milagro de la familia Plata Martín. A por mucho años más juntos. Os quiero y no cambio un instante de lo vivido si eso hubiera supuesto no llegar hasta vosotros.

Pin It on Pinterest

Share This

Usamos cookies propias y de terceros que recogen datos de navegación. Si continúa navegando se considerará que acepta su uso. Más información

Los ajustes de cookies de esta web están configurados para "permitir cookies" y así ofrecerte la mejor experiencia de navegación posible. Si sigues utilizando esta web sin cambiar tus ajustes de cookies o haces clic en "Aceptar" estarás dando tu consentimiento a esto.

Cerrar