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Es este, el puente de Todos los Santos, una festividad que nunca he conseguido terminar de entender. Es curioso, pero cuando vi la película Coco hace dos años le di un sentido a esta festividad, contrastando como se hace en otras culturas. Para mí siempre ha sido el día de arreglar las tumbas de los seres queridos, para demostrar lo mucho que nos preocupamos por nuestros fallecidos. Por ello, creo que casi todos los años me he ido con mi familia fuera de Granada a descansar unos días. Pero este año, con las restricciones por la pandemia en la que vivimos inmersos, nos hemos quedado en casa. Además, me ha pillado en medio de un torbellino de emociones internas que desde hace semanas afloran por mi ser y  por ello, y por la nostalgia de reencontrarme conmigo nuevamente, me ha dado por mirar fotografías de cuando era niña. Quería hacer lo mismo que en la película de Pixar, buscar fotos de los familiares que ya no están entre nosotros, hablar con mis hijos de ellos y revivirlos entre esas historias para que sientan que no nos hemos olvidado ni por un segundo de ninguno de ellos. Desde niña, la luz de mi vida ha sido mi abuelo Juan Titos, o Antonio como lo llamaba la familia, y no puedo negar  que le echo muchísimo de menos y lo tengo presente en cada decisión que debo tomar. Pero ha sido imposible para mí estos días hablar de los muertos, y sí me estoy acordando de la única abuela que me queda viva, aunque no creo que sea así exactamente, en el sentido pleno de la palabra. Ella se encuentra en una residencia. No podemos ir a verla. La soledad le está acelerando todo tipo de achaques y la demencia se está disparando a pasos agigantados. Y es que nuestros mayores en estos momentos viven así, muertos en vida. Ni siquiera se les puede ni despedir como es debido. Es muy triste y desgarrador lo que está pasando.

Mi abuela antes de la pandemia estaba bien, dentro de todo lo bien que se puede estar en una residencia. No olvidemos que ha pasado de tenerlo todo, salud, alegría, compañero de vida, varias viviendas, viajes, coches de alta gama… y al final ha acabado en una residencia. Allí la cuidan bien, ya que está en una de las mejores residencias de Granada. Pero hasta hace unos meses, ella más o menos lo sobrellevaba. Hacía su gimnasia, con las instrucciones del fisioterapeuta, la peluquera iba cada quince días a peinarla, a echarle su tinte… Bajaba al salón a ver la tele, ayudaba a su compañera de habitación a prepararle las zapatillas y el vaso de agua antes de acostarse. Hablaba con sus compañeras confidencias de viejas y tenía varios pretendientes, uno de ellos hasta matrimonio le había pedido. Ella a sus 90 años sigue siendo una belleza de mujer y llama la atención a los abuelillos. Su carácter , su alegría y lo coqueta que es el motivo por el que los sigue volviendo locos. Pero ella ya no es la misma. La mujer que tanto me ha dado, me ha enseñado y me ha amado ya no existe. Ahora es como una niña indefensa a la merced de lo que se quieran hacer con ella. Sus hijos son ejemplares, la cuidan y están pendientes de lo que necesita. Pero ahora es imposible verla, darle atenciones, abrazarla. Yo la visitaba cada quince días, pues tengo la suerte de tener la residencia en la misma calle de donde vivo. Cuando estábamos confinados, sacaba a la perra y la llamaba al teléfono de su habitación y le decía: “Abuela anda asómate a la ventana que te vea y te mando un beso” y ella me decía: “No puedo, me están esperando en el salón para jugar a las cartas” y yo, triste, miraba hacia su ventana sabiendo que estaba allí encerrada y sola porque no los dejan salir de sus habitaciones excepto para lo estrictamente necesario. Ella no quiere que la vea llena de canas, sin maquillar, sin estar presentable. Cuando consigues hablar con ella, te dice siempre lo mismo: “cuídate mucho hija, cuida a mamá y ya verás que esto va a pasar. Aquí todos los días un médico nos explica lo que está pasando y nos da las instrucciones para que no salgamos ni hagamos nada que nos ponga en peligro. Tú tranquila, Mariquilla, que no hay mal que cien años dure” . Siempre acaba la conversación con la excusa de que la están esperando. Y le insisto diciéndole: ¿Estas bien? ¿necesitas algo? Y su contestación es. “Algún día os enterareis de lo que estoy pasando.” Y seguidamente, cambiando de tema, te cuelga el teléfono.

La última vez que te vi, abuela, fue una mañana de agosto.  Me diste un abrazo fuerte a pesar de que nos lo habían prohibido. Yo te colocaba bien la mascarilla para que no nos regañaran. Nos fuimos a la mesa que nos había habilitado para nuestro encuentro y te di la bolsa con las cositas que te había comprado y que son nuestro secreto. Entre ellas había un tarro azul de crema Nivea, lápiz de ojos azul y barra de labios color coral. Estabas feliz probándote en la mano el color de lápiz y barra de labios para ver si eran los que te gustaban. Miraba a mi hermana que estaba a nuestro lado emocionada y con lágrimas en los ojos, mirándote tan desaliñada. Estabas como nunca te habíamos visto. Tus pelos estaban enredados, tenías cinco dedos de canas y estabas muy muy delgada. Tu temblor de manos y labios me dejaron helada. Eras como una niña pequeña que necesitaba los cuidados que tú me dabas cuando era niña. No te puedes imaginar la pena interna que tengo de no poder estar a tu lado en estos momentos tan difíciles. Me siento tan triste.

Este puente de todos los santos nuestros muertos estarán de acuerdo en que sois vosotros los que necesitáis nuestro pensamiento y ayuda. Sois los mas indefensos, y estáis expuestos a esta soledad que os ha tocado vivir, que es la más terrible que nadie pueda sentir. Sin visitas, sin abrazos, sin cuidados donde el roce y el calor de las manos de tus seres queridos os toquen. Y eso que, ahora a vuestra vejez, son más necesarias que nunca. Vosotros cuando nosotros éramos bebes, niños que necesitaban los cuidados y mimos  nos lo dabais. Ahora sois vosotros esos bebés indefensos.

Llevaba meses intentando escribir de esta maldita situación y no me salían las palabras, hasta que hoy he querido recordar a mis muertos y solo ha sido ella, mi abuela, la que me ha hecho sacar de dentro esta rabia, este dolor y sensaciones que me atrapaban desde que nos confinaron.

El día de todos los santos lo dedicaré a partir de hoy a vosotros, a los que estáis resistiendo, a los que por culpa de esta pandemia os habéis ido solos y sin una despedida con vuestros seres queridos. A mi abuela Herminia. Este puente será hoy y siempre para vosotros.

María Martín Titos

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