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Yo, Fulana

Todo empezó con una conversación de sobremesa.

Estaba yo pensando en lo que le cuesta a cierta gente admitir que le van bien las cosas. Llega un punto en el que si tu vecino, o amigo, o familiar se va de viaje, es porque ha encontrado un chollo de última hora, que le han rebajado el hotel un ochenta y cinco por ciento, por lo menos, y que el vuelo lo han conseguido con una súper oferta de último minuto. Vamos, que se han ido de viaje porque, fruto del azar, casi les ha salido regalado.

Da igual que hayan trabajado duro para poder permitirse ese viaje, ahorrando con esfuerzo mes a mes. Porque ese viaje habrá costado lo que tenga que haber costado. Y dinero muy bien gastado, claro que sí.

Y en eso que estaba compartiendo esta reflexión con mi marido, cuando éste me dijo: “claro, es que nadie quiere ser como el del coche de fulano, el de la historia del Reverte”

Tengo que admitir que este artículo no lo conocía, aunque su página fuera siempre la primera que leo cuando un “Semanal” llega a mis manos. Siempre me ha gustado como escribe, sin pelos en la lengua, sin filtros. Y por supuesto le doy valor a que Arturo es una persona que ha visto un poquito de mundo.

Aquí la transcribo tal cual la escribió en un artículo de El Semanal, en el 2001:

El coche de fulano: La historia que voy a contarles nos retrata al minuto. Nos define, creo, mejor que todos los libros y los periódicos que uno pueda echarse a la cara. Me acordé el otro día porque suele contármela Sancho Gracia, que por ahí anda el tío, con un pulmón fuera de combate y teniendo la enfermedad a raya. Aprovechando la tranquilidad de agosto, Sancho subió a la sierra a tomarse un whisky de malta con hielo y sin agua haya cáncer o no, él de mariconadas las justas-; y cada vez que tengo centrado a Curro Jiménez, que suele ser hacia el tercer o cuarto lingotazo de la noche, me gusta hacerle repetir la historieta de marras; que a él se la contaba, a su vez, el actor Luis Peña: aquel que fue primero galán de cine y luego intérprete veterano y estupendo, ya saben. El que hizo A mí la Legión con Alfredo Mayo, Calle Mayor y tantas otras. La cosa es que se encuentran dos amigos. En la versión original, ambos trabajan en el cine; pero a veces, cuando soy yo quien cuenta la historia adornándola un poco, los sitúo en el mundo literario, o en el del periodismo.

La verdad es que pueden ustedes encajársela a cualquier trabajo o actividad, incluida la propia. Podría tratarse de arquitectos, ingenieros, contables, fontaneros. Da igual. En cualquier caso, españoles. Y aunque Luis Peña, que en paz descanse, situaba el asunto en los años cincuenta o sesenta del pasado siglo, el diálogo podría ser de ahora mismo, porque es de siempre. El caso, decía, es que se encuentran dos amigos. Españoles, repito. Y uno va y le dice a otro: -¿Sabes que Fulano se ha comprado por fin un coche? -No me digas -responde el otro-. ¿Y qué coche? -Un Seat Panda de segunda mano. -Ah, pues no sabes lo que me alegro. Ya era hora de que le fueran un poco bien las cosas a Fulano. Es un tío estupendo y lo quiero muchísimo. Además trabaja mucho, y se lo merece… Dale un abrazo de mi parte. Dile que a ver si nos vemos, y que lo disfrute. Al cabo de un tiempo, vuelven a encontrarse los dos amigos. -¿Qué tal le va a Fulano? -Pues nada mal. ¿Te acuerdas de lo que te conté del Panda?… Pues ya ha podido cambiarlo por un Nissan. -Anda, ¿tan pronto? Pues no sabes lo que me alegro, porque yo quiero mucho a Fulano… La verdad es que con el Panda se apañaba bien, pero mejor un coche nuevo, claro.

Me parece fenomenal. Dale un abrazo de mi parte, y a ver si un día nos juntamos los tres a tomar unas copas. Pasa más tiempo. Nuevo encuentro de los dos amigos. -Adivina qué coche acaba de comprarse Fulano. -No me jodas… ¿Pero ya ha cambiado otra vez? -Sí. A un Golf Geteí. Vaya con Fulano, quién lo ha visto y quién lo ve… ¿No te parece?… A fin de cuentas, el Nissan era un coche estupendo, y para lo que él lo necesitaba… Pero mira, la verdad es que me parece bien. Trabaja como un animal y se merece alguna alegría. Ya sabes que yo lo quiero mucho, ¿eh?… Lo quiero un huevo. Por eso te digo que me alegro. Aunque a veces sea como es, ya sabes… Pero oye; cada cual tiene sus cosas. Pasa más tiempo. Nuevo encuentro. -Acabo de ver a Fulano aparcando un Audi. -Pero qué me dices. -Como te lo cuento. Un Audi nuevo de trinca. -No me lo puedo creer… ¿Y qué pinta Fulano con un Audi? -Le irán bien las cosas, digo yo. -Pues para lo que hace tampoco es cosa de ir por ahí avasallando, ¿no crees?…

Hay que joderse con el Fulanito de los cojones. Aquel Golf que tenía era un coche buenísimo, y la verdad… En fin, chico. Cada uno es como es. Pero lo quiero, ¿eh?… Las cosas como son. Es un poquito gilipollas y prepotente a veces, pero yo lo quiero. Mucho. Lo que pasa es que… Mira. No me hagas hablar. Nuevo encuentro, unos meses más tarde. -Dicen que Fulano se ha comprado un Bemeuve. -¿Un Bemeuve?… ¿Qué se ha comprado un Bemeuve?… Pero, ¿quién se ha creído que es?… Si hace nada no tenía dónde caerse muerto… Y no me interpretes mal, ¿eh? Te consta que a Fulano lo quiero mucho. Lo quiero una barbaridad. Pero es que hay cosas que… Bueno. Si yo te contara… último encuentro, un tiempo después. -Agárrate, macho. Fulano se ha comprado un Mercedes. -¿Qué me dices?… ¿Que ese hijo de puta se ha comprado un Mercedes?… ¡Pero si no sabe hacer la O con un canuto!… ¡A ver si va a ser verdad lo de su mujer!

Fuente: http://arturoperez-reverte.blogspot.com/2010/12/el-coche-de-fulano.html

Y es que no tengo más remedio que darle la razón. Hablo desde mi experiencia propia, pero también desde experiencias ajenas. Resulta que hay mucha más gente que te apoya al principio de los proyectos, en su parte más sufrida, en la que te matas a trabajar sólo por construir las bases, a veces por “amor al arte”, sin ver ningún fruto. Pero si consigues que tus sueños se hagan realidad, hay muchos de esos apoyos que los pierdes. A veces, no solo los pierdes, sino que se convierten en palos, palos de esos que se te meten en la rueda, y que te pueden hacer tropezar, como no vayas con cuidado. Como le pasa al Fulano de la historia. Que su amigo lo quiere un huevo, claro que sí, pero conforme va subiendo el nivel del carro, va pasando de “buena gente” a “un poquito gilipollas y prepotente”. Eso sí, lo de que “lo quiero un huevo”, eso que no falte, al menos hasta que se compra el “bemeuve”. Y fíjate que es al final de la historia, cuando Fulano cumple su sueño, que no es otro que el de tener un buen coche, el amigo acaba poniendo el palito en la rueda del rumor con su mujer.

Y oye, que esto es así, que esto pasa de verdad. Y continúo con mi reflexión comprendiendo a esa persona, que teniendo todo el derecho a irse de viaje, lo quiera ocultar, o en su defecto, mentir sobre lo que le ha costado. Porque ir de “pobrecito” o de “pobrecita” por la vida, al menos en este país, como dice el autor del artículo, es mucho más fácil.

Pero esto es algo que yo, desde luego, aunque alcance a comprender, en absoluto lo comparto. Todos tenemos derecho a alcanzar nuestros sueños. Nadie debería esconderse cuando, fruto del esfuerzo, o de su inteligencia, o de su perseverancia, consiga triunfar en su empresa, en sus proyectos, en su vida. Porque todo el mundo tiene el derecho a ser como Fulano.

Yo, al menos, lo admito, sin esconderme. Yo sí quiero ser como Fulano.

Yo, Fulana.

 

María Martín Titos para el post «Yo, fulana» donde reflexiona sobre el artículo de Arturo Perez Reverte.

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