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Era muy pequeña, cuando tenía cinco años, y le hice una pregunta a mi padre: -¿Por qué las personas estamos en el mundo?- Y después esa pregunta se fue transformando en la siguiente: -¿Por qué estoy aquí?- Necesitaba a toda costa saber que sentido tiene la vida, y sobre todo, qué hago en ella. Esa pregunta obtuvo su respuesta el día que me tocó toparme con la diferencia. Depende del lugar donde te ha tocado nacer y en que familia caigas seremos de una u otra manera. Tendremos más suerte o más desgracia. Es muy injusta la vida en ese sentido si te pones a pensarlo detenidamente. Pues yo crecí rodeada de creatividad, de amor, unidad familiar,  y con un nivel de vida bastante bueno y estable gracias al esfuerzo, sacrificio y mucho amor de mis padres. El mayor de los regalos que me hizo la vida al nacer fue tener un padre confidente, humilde y sensato. Ha sido mi mayor apoyo, especialmente en los momentos difíciles de mi adolescencia, de mi madurez y sobre todo de mi maternidad. Sentir los latidos de su corazón cada vez que le abrazo es para mí un bálsamo que elimina pena, ansiedad, dolor. A pesar de sus desvelos, horas de trabajo, en momentos de cansancio extremo  jamás se ha quejado. Sus ojeras, si son por cuidarnos a nosotros, para él son maravillosas. Gracias a mi padre, he aprendido que  el esfuerzo para conseguir tus objetivos y llegar a la meta son necesarios y forman parte de nuestro aprendizaje. Soy una persona que cuando pongo mi firma a un proyecto, eso es sagrado. Mi nombre, mi palabra tiene que estar por encima de todo. Creo que por eso cuando digo que mi padre es Juan De Dios Martín de Toldos Alhambra en Granada, todos me felicitan por la gran persona que es y lo mucho que lo estiman y aprecian. El valor y la credibilidad de la persona, de dar tu nombre me lo ha dejado mi padre tatuado a fuego.  Mi mayor suerte en esta vida, sin duda alguna, ha sido él. Y el otro gran tesoro, ha sido tener un abuelo del que he aprendido el sentido de la justicia, que no se puede vivir sin creatividad y que nuestra meta debe ser aprender a disfrutar de cada pequeño detalle que la vida te ofrece dándole prioridad siempre a lo más importante, el amor a uno mismo. Ha sido un empresario diferente. Exitoso y querido allá donde iba. Entraba en un lugar y su porte, sus ojos, su luz era suficiente para llamar la atención y generar a su vez gran expectación. Me daban altas horas de la madrugada hablando  con él y luego nos íbamos a la cama en puntillas para no despertar a la abuela que dormía desde hacía horas. Los dos somos búhos con corazón de mariposa. Él me ha dibujado alas fuertes y valientes para volar alto. Orgulloso siempre de su familia, era un hombre muy familiar. Qué dolor hablar en pasado de él. Su corazón ya no puedo sentirlo al abrazarlo. Ahora lo siento escribiendo estas líneas, aquí cerquita de mis hombros, mientras a su vez veo llover tras la ventana y confundo las gotas con mis lágrimas que no son por otra cosa que el agradecimiento que siento a la vida por tenerlos a los dos. Juan Titos Santos, mi abuelo, acuarelista, profesor de arte, escultor, creador de marcas granadinas y emblemáticas y empresario hostelero. Admirado en Granada por sus obras y con discípulos que ahora tienen por todo el mundo su arte expuesto que llevan un trocito de él. Del que aprendí a hablar inglés. Me reía hasta más no poder aprendiendo inglés de su mano. Mi abuelo, me enseñó que cada persona estamos aquí para dejar una impronta en este mundo. Para ello y contestar a mi pregunta, empezó a contarme la historia de sus gallinas, y de la gallina que sin querer dejó tuerta al lanzar una piedra para que no se acercaran a la comida. Me dijo: -lancé la piedra al aire para asustarlas y con tan la mala suerte que le di en el ojo a una pobre gallina. La curé en el momento y le limpie la sangre. Le estuve varios días curando y estaba apartada del resto hasta que su ojo cicatrizó y no había riesgo de infección. Le puse nombre, se llamaba Antonia. Y jamás permití a tu abuela la matara para echarla a la cazuela-. Por ahí me alivié al escucharlo al saber que a pesar de haberla dejado tuerta, la cuidaba y le había perdonado la vida. Si hay algo que no puedo soportar desde pequeña es que le hagan daño a los animales aunque sea sin querer. Es algo superior a mí. Pero entonces empezó a contarme que pasó cuando se curó y la llevó de nuevo al gallinero con sus otras compañeras. Me contaba cómo las demás gallinas iban a picarle el ojo, hacerle daño e incluso querer matarla por haberse quedado tuerta, por ser diferente a ellas. Yo con tan sólo nueve años  lo escuchaba atenta mientras le miraba a sus grandes ojos azules con la mirada fijada en mi, mordiéndose la lengua a la vez que  taladraba la calculadora y contaba los billetes que había que generado ese día la caja del restaurante. Terminó de contar el dinero, lo guardó en la caja fuerte y se sentó frente a uno de los muchos cuadros que tenía en el almacén del restaurante donde además era su taller de pintura y moldura que era donde nos encontrábamos en esa conversación que me cambió la vida. Yo no paraba de preguntarle qué porque querían hacerle daño las otras gallinas si tendría que ser al revés. Las gallinas tendrían que ayudarla porque no veía bien con tan sólo un ojito y estaría más torpe que las demás. Y fue ahí donde empezó el gusanillo por querer ayudar al diferente, y creo que por eso la vida, el universo, quiso que naciera aquí y tuviera a este padre y a este abuelo. Dos hombres que han marcado mi vida para querer hacer de este mundo un mundo más justo. Mientras escribo estas líneas me doy cuenta que la mayor influencia para mi sensibilidad  ha sido de perfil masculino.

Ahora, cada día tiene sentido. Sé a que he venido a este mundo. Gracias a mi padre y mi abuelo. Y si tenía dudas, el destino me hizo que quisiera ser madre, tuviera dificultades para ello, y sucediera el hito más importante en mi vida, ser madre adoptiva. Ello ha supuesto lidiar con ser diferente en una sociedad que tiene miedo a lo diferente y no está preparada para ello. Después llegó mi enfermedad inmunológica. Cuando ves que estas mas cerca de abandonar este mundo que de quedarte en él forzosamente algo cambia radicalmente en tu ser. Ves que tienes dos niños pequeños, que es posible que se vuelvan a quedar sin madre. Aunque su madre biológica no la han perdido, se han quedado sin estar a su lado por circunstancias de la vida. Pero sería otra segunda perdida para ellos.  Con sólo treinta años y todo un futuro de posibilidades. Cómo puede ser la vida tan injusta, pensaba. Esto te hace que empieces a cambiar de hábitos, a darle prioridad a lo que de verdad importa. Pienso que la vida en este sentido ha sido generosa conmigo, porque estas vivencias han hecho que madure y crezca mucho más rápido y siendo joven. Dicen que más sabe el diablo por viejo que por diablo. Estas vivencias me han dado ventaja. Así lo siento.

Entonces, te preguntas ¿Por qué vuelvo a cometer errores? Si todo esto lo sé, ¿por qué vuelvo a caer?. ¿Por qué tanto esfuerzo y sacrificio por querer dejar una impronta y hacer de este un mundo mejor? ¿Por qué sufro tanto por los fracaso si dicen que de ellos se aprenden? ¿Por qué no aprendo a la velocidad que me gustaría? ¿por qué soy tan preguntona?,  y sobre todo ¿Por qué quiero tener las respuestas tan rápido? Y precisamente a esta última pregunta ya la vida me ha contestado varias veces.

Hoy en mi 37 cumpleaños puedo dar respuesta a todas ellas. Encontrar la respuesta a toda costa no va a hacer que se acelere todo para llegar antes. Va a ser que me impaciente y me equivoque más en mis acciones antes de llegar a la meta. Para encontrar la respuesta a veces pasan años y vives momentos de todo tipo. Te encuentras con personas que te cambian la vida, porque el universo conspira cuando quieres llegar a un sitio para que te topes con ellas en el camino. Y en ese camino también entran los animales, que no llegan por casualidad a tu vida. Hoy empieza una año nuevo para mí. Y entro a mis 37 sabiendo que lo que estamos haciendo deja un impacto y una huella en nosotros.

María Martín Titos con su padre y su abuelo

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